domingo, 27 de diciembre de 2020

La magia de la Navidad

 


Es una noche fría, por la ventana, veo como caen pequeños copos de nieve que se siguen acumulando en el jardín iluminado por las luces de Navidad. Estoy vestida de fiesta con un vestido largo plateado y brillante, mi collar de perlas de doble vuelta luce en mi escote, los pendientes, un aro, con una perla del tamaño de una oliva brillan por encima de mi melena rizada. Mis zapatos, de tacón, también plateados me elevan unos centímetros por encima del suelo para no ser la más bajita de la familia.


Sólo falta mi hijo Juan para que estemos todos, él, siempre llega tarde a todas las reuniones familiares, y hoy no puede ser de otra manera. Mis nietos, pequeños y grandes, revolotean alrededor del árbol de navidad buscando sus nombres en los regalos aparecidos mágicamente en los pies de un inmenso abeto natural decorado con luces y bolas de colores. Mis dos hijos, falta Juan, y mis dos hijas con sus respectivas parejas están sentados alrededor de la chimenea felices y sonrientes inmersos en sus conversaciones que se mezclan unas con otras. Mi felicidad es inmensa al saber que un año más nos volvemos a reunir todos por Navidad. Mi marido falleció hace siete años, y desde entonces en la mesa dejamos una silla vacía para recordar su falta.

Suena una señal acústica, nadie responde a ella, yo sigo mirando por la ventana viendo nevar esperando la llegada de Juan.

Ese sonido ensordece mis oídos, abro los ojos para ver qué pasa. Son las máquinas hospitalarias de la UCI que controlan mis signos vitales prediciendo una aceleración del ritmo cardiaco. Me habla dulcemente María, la amable enfermera del turno de noche pidiéndome que me calme.

—¿Estás bien Carmen?

La miro con facilidad al tener mi cabeza inclinada hacia ella. Asiento con la cabeza mientras ella sube el respaldo de mi cama al tiempo que me pide que desvíe mi mirada al frente.

Delante de mi hay una inmensa televisión donde puedo ver a todos y cada uno de mis familiares, en recuadros pequeños, cantándome un villancico que siempre entonamos por Navidad.

La emoción invade toda mi alma, despierto de mi sueño sabiendo que no estoy sola, siendo consciente que estas navidades son un paréntesis debido a la pandemia que afecta a todo el mundo. Respiro tan fuerte como mi cuerpo dañado por el COVID-19 me lo permite, sonrío bajo la mascarilla de oxígeno que facilita mi recuperación, deseando abandonar la UCI antes de fin de año.

En los cinco minutos que ha durado la conexión todos y cada uno de ellos me ha dedicado unas bonitas palabras de amor. En esta ocasión Juan ha sido el primero en hablar, y el último mi nieto de seis años, Jorge, que junto con sus palabras me mostraba un dibujo donde leía:

Abuela te queremos mucho, mucho, mucho. Vuelve pronto.