Son las ocho de la mañana, acabamos de aterrizar, Serafín
mantiene la sonrisa que ha lucido durante todo el viaje. Ha sido un vuelo muy
tranquilo, cincuenta minutos ha durado el vuelo de Barcelona a Palma de Mallorca. A sus cincuenta y cinco años nunca
antes había subido a un avión. Esperamos que nos vengan a buscar con la silla
de ruedas el personal de soporte de aeropuerto.
Llevamos una
pequeña maleta de mano cada uno, tomamos un taxi que nos lleva directos al
hospital de San Juan de Dios de la isla. Es un centro moderno construido sobre
un acantilado. Tenemos cita sobre las diez de la mañana para que Serafín
realice su diálisis. Hace más de treinta años que tres días a la semana se
conecta unas horas para que las maquinas hagan las funciones que sus riñones no
pueden.
Después de la
diálisis comemos en la bonita cala de Sant Vicenc, es un conjunto de tres
calas: Cala Barques, Cala Clara i Cala Molins. Es un precioso lugar protegido
del aire. A Serafín le explico la posición de los barcos, los colores de los
mismos y le describo el colorido de las casas de pescadores mientras degustamos
una espléndida paella de señoritos. Con nosotros está Arturo, un amigo
voluntario que vive en el sur de la isla. Nos hemos instalado por la tarde en
su casa, y aprovechamos para descansar un poco.
Las sesiones de
diálisis dejan agotado al protagonista del viaje. En una visita semanal a su
casa, donde acudo como voluntario le pregunté que le gustaría hacer que no
hubiese hecho todavía. Su respuesta fue automática: ir en avión, y en barco.
Desde hace dos meses
le he dado forma a sus deseos, y ahora estamos aquí después de cumplir parte de
su sueño.
Vamos a cenar a
un restaurante espectáculo, es increíble como sonríe al contagiarse de la magia
de los bailarines, cantantes y humoristas.
Después de
descansar lo suficiente vamos a la excursión que nos ha preparado otra amiga
voluntaria. A las nueve de la mañana ya hemos zarpado en un gran catamarán
donde Serafín se pasa todo el viaje sentado en proa con su melena al viento
fuertemente agarrado a un mástil y una cuerda.
Me sorprenden
las ganas de vivir, las ganas de experimentar y su predisposición y saber estar
en todo momento. Todo le va bien, nunca pide ni necesita prácticamente nada.
Sigo aprendiendo a dialogar con él, con sus pausas, sus silencios y sus
conversaciones llenas de mensajes que me demuestran la increíble memoria que tiene.
Su presencia nos da una lección de vida a muchos mortales que nos enojamos por
cosas sin importancia. Su enfermedad le ha llevado a perder la vista
paulatinamente, su cuerpo se debilita cada nuevo día, pero él siempre quiere
seguir aprendiendo y seguir compartiendo cada momento posible.
Nos bañamos en
Cala d’Or, mantenemos su equilibrio dentro del agua Arturo y yo. Avanzamos
dentro del mar hasta cubrirse prácticamente todo el cuerpo. Es un valiente de
la vida, es fuerza y optimismo para cualquiera que lo observe. Serafin feliz nos pide que estemos un buen rato.
Es mediodía, comemos en un restaurante de carne a la parrilla cerca de la sierra de
Tramuntana. Serafín come poco, pero le gusta probar y adivinar el alimento que
ingiere. Es genial verlo comer, saborear y bromear tímidamente a ver que le dejamos en el plato.
Las horas pasan, Arturo y María nos acompañan al puerto, nuestro barco zarpa en un par de
horas. Mi querido viajero se imagina que volvemos a Barcelona en avión, pero su
sorpresa es mayúscula cuando escucha la chimenea del barco en el que estamos a
punto de embarcar. Vuelve a sonreír,
cansado del día utilizamos la silla de ruedas para movernos por el barco en
busca de nuestro camarote.
La ligera y
temprana cena nos invita a salir a una de las cubiertas del barco, aprovechamos
para comentar el día y medio tan intenso que hemos compartido, sabiendo que
ninguno de los dos hemos pasado por él de manera indiferente. Agotados nos retiramos al camarote a descansar
menos de seis horas.
Entramos en el
puerto de Barcelona al mismo tiempo que el sol ilumina el nuevo día. Las
chimeneas rugen felices haciendo saber que ya estamos de vuelta. Nos espera en
tierra firme la esposa de Serafín.
— Cariño, ¿cómo te ha ido la sorpresa?
— Bien, muy bien, “el
próximo viaje lo haremos tú y yo”.
Serafín es de
pocas palabras, su vida desde hace más de treinta años no es fácil, nunca ha
podido trabajar por su enfermedad. Sus padres (cuando vivían) su mujer y su
hermana han sido y son sus puntales de vida. Yo lo visito cada semana porque
tiene demasiadas horas libres en soledad. Él está feliz de que lo visite, y yo
no dejo de aprender de él, lo importante es la actitud ante cualquier difícil
situación que nos sorprenda.
Hoy lo he visto
sonreír como un niño, su melena al viento, sus ojos abiertos aunque no pueda ver, su fuerza para vivir es admirable. antes de despedirme me dice:
— José María cuando te conocí, sabía que seriamos buenos
amigos, te agradezco tu bonita amistad. Mi cuerpo deteriorado ha vivido
intensamente estos dos días. He volado en avión, me he bañado en un mar, no lo hacía
desde hace más de 10 años, he viajado en barco, esta noche no he dormido sintiendo el vaiven de las olas, pero lo que más me ha gustado de estos dos días es
sentirme seguro junto a tí, sensación que hace años perdí. Gracias amigo mío.
Nos despedimos con un gran abrazo y mis ojos en lagrimados de felicidad. El amor es incondicional.