jueves, 18 de julio de 2019

El próximo viaje lo haremos tú y yo.


      Son las ocho de la mañana, acabamos de aterrizar, Serafín mantiene la sonrisa que ha lucido durante todo el viaje. Ha sido un vuelo muy tranquilo, cincuenta minutos ha durado el vuelo de Barcelona a Palma de  Mallorca. A sus cincuenta y cinco años nunca antes había subido a un avión. Esperamos que nos vengan a buscar con la silla de ruedas el personal de soporte de aeropuerto.

    Llevamos una pequeña maleta de mano cada uno, tomamos un taxi que nos lleva directos al hospital de San Juan de Dios de la isla. Es un centro moderno construido sobre un acantilado. Tenemos cita sobre las diez de la mañana para que Serafín realice su diálisis. Hace más de treinta años que tres días a la semana se conecta unas horas para que las maquinas hagan las funciones que sus riñones no pueden.

     Después de la diálisis comemos en la bonita cala de Sant Vicenc, es un conjunto de tres calas: Cala Barques, Cala Clara i Cala Molins. Es un precioso lugar protegido del aire. A Serafín le explico la posición de los barcos, los colores de los mismos y le describo el colorido de las casas de pescadores mientras degustamos una espléndida paella de señoritos. Con nosotros está Arturo, un amigo voluntario que vive en el sur de la isla. Nos hemos instalado por la tarde en su casa, y aprovechamos para descansar un poco.

    Las sesiones de diálisis dejan agotado al protagonista del viaje. En una visita semanal a su casa, donde acudo como voluntario le pregunté que le gustaría hacer que no hubiese hecho todavía. Su respuesta fue automática: ir en avión, y en barco.

    Desde hace dos meses le he dado forma a sus deseos, y ahora estamos aquí después de cumplir parte de su sueño.  

    Vamos a cenar a un restaurante espectáculo, es increíble como sonríe al contagiarse de la magia de los bailarines, cantantes y humoristas.

   Después de descansar lo suficiente vamos a la excursión que nos ha preparado otra amiga voluntaria. A las nueve de la mañana ya hemos zarpado en un gran catamarán donde Serafín se pasa todo el viaje sentado en proa con su melena al viento fuertemente agarrado a un mástil y una cuerda.

    Me sorprenden las ganas de vivir, las ganas de experimentar y su predisposición y saber estar en todo momento. Todo le va bien, nunca pide ni necesita prácticamente nada. Sigo aprendiendo a dialogar con él, con sus pausas, sus silencios y sus conversaciones llenas de mensajes que me demuestran la increíble memoria que tiene. Su presencia nos da una lección de vida a muchos mortales que nos enojamos por cosas sin importancia. Su enfermedad le ha llevado a perder la vista paulatinamente, su cuerpo se debilita cada nuevo día, pero él siempre quiere seguir aprendiendo y seguir compartiendo cada momento posible.

    Nos bañamos en Cala d’Or, mantenemos su equilibrio dentro del agua Arturo y yo. Avanzamos dentro del mar hasta cubrirse prácticamente todo el cuerpo. Es un valiente de la vida, es fuerza y optimismo para cualquiera que lo observe. Serafin feliz nos pide que estemos un buen rato.

    Es mediodía, comemos en un restaurante de carne a la parrilla cerca de la sierra de Tramuntana. Serafín come poco, pero le gusta probar y adivinar el alimento que ingiere. Es genial verlo comer, saborear y bromear tímidamente a ver que le dejamos en el plato.

    Las horas pasan, Arturo y María nos acompañan al puerto, nuestro barco zarpa en un par de horas. Mi querido viajero se imagina que volvemos a Barcelona en avión, pero su sorpresa es mayúscula cuando escucha la chimenea del barco en el que estamos a punto de embarcar.  Vuelve a sonreír, cansado del día utilizamos la silla de ruedas para movernos por el barco en busca de nuestro camarote.

  La ligera y temprana cena nos invita a salir a una de las cubiertas del barco, aprovechamos para comentar el día y medio tan intenso que hemos compartido, sabiendo que ninguno de los dos hemos pasado por él de manera indiferente.  Agotados nos retiramos al camarote a descansar menos de seis horas.

    Entramos en el puerto de Barcelona al mismo tiempo que el sol ilumina el nuevo día. Las chimeneas rugen felices haciendo saber que ya estamos de vuelta. Nos espera en tierra firme la esposa de Serafín.

           —   Cariño, ¿cómo te ha ido la sorpresa?
   Bien, muy bien, “el próximo viaje lo haremos tú y yo”.

    Serafín es de pocas palabras, su vida desde hace más de treinta años no es fácil, nunca ha podido trabajar por su enfermedad. Sus padres (cuando vivían) su mujer y su hermana han sido y son sus puntales de vida. Yo lo visito cada semana porque tiene demasiadas horas libres en soledad. Él está feliz de que lo visite, y yo no dejo de aprender de él, lo importante es la actitud ante cualquier difícil situación que nos sorprenda.

    Hoy lo he visto sonreír como un niño, su melena al viento, sus ojos abiertos aunque no pueda ver, su fuerza para vivir es admirable. antes de despedirme me dice:

         —   José María cuando te conocí, sabía que seriamos buenos amigos, te agradezco tu bonita amistad. Mi cuerpo deteriorado ha vivido intensamente estos dos días. He volado en avión, me he bañado en un mar, no lo hacía desde hace más de 10 años, he viajado en barco, esta noche no he dormido sintiendo el vaiven de las olas, pero lo que más me ha gustado de estos dos días es sentirme seguro junto a tí, sensación que hace años perdí. Gracias amigo mío.

    Nos despedimos con un gran abrazo y mis ojos en lagrimados de felicidad. El amor es incondicional.