lunes, 15 de octubre de 2018

El paraguas.


    Hoy diluvia, salgo de casa con mi paraguas, ese que me acompaña en los días lluviosos, un paraguas con una historia húmeda de unos ocho o nueve años. No me gusta perder mis objetos personales, pero si se trata de algo necesario cuando llueve, mucho menos.

    Voy a desayunar a una cafetería de confianza, suelo ir todas las semanas, al menos un día. Al llegar, el paragüero está bastante lleno, dejo mi paraguas en buena compañía, hay paraguas plegables que se deslizan hasta la parte baja, de diferentes colores y variados mangos. En total habrá una docena de sombrillas, todas y cada una de ellas con una historia que se une a una persona o incluso a una familia.


    Pago mi cuenta, voy a recuperar mi paraguas, mi sorpresa es absoluta cuando observo que en el paragüero sólo hay un superviviente y no es el mío. Ante mi sorpresa, le comento a la amable camarera que mi sombrilla ha desaparecido, en su lugar hay un paraguas parecido al mío, mismo color, pero con un mango diferente. No llueve en este momento, aun así le comento a la chica que ese no es mi parasol, sin mucha implicación por su parte decidido que no me llevo el símil solitario en espera a ver si alguien se da cuenta del error y vuelve a cambiar uno de mis objetos personales más preciados. Le insisto que al acabar mis tareas de la mañana pasaré a ver si he tenido suerte. No quiero renunciar a mi sombrilla, es parte de mi historia.

    Pasan un par de horas, sigue sin llover, regreso a mi cita ansioso por recuperar mi sombrilla compañera de viajes y momentos bajo la lluvia. Sigue sólo el paraguas azul con el mango diferente en el paragüero del local. La amable camarera me insiste en que me lleve la sombrilla abandonada. Pienso en la historia de este nuevo compañero, algo más nuevo que mi viejo paraguas.

    Empieza a llover, abro mi radiante parasol para librarme de la lluvia intensa que amenaza nuevamente mi regreso a casa. Ante mi resistencia al cambio me sorprendo de la rigidez de mi nueva sombrilla, sus varillas son más resistentes que las de mi clásico paraguas, su lona prácticamente nueva me resguarda completamente de la lluvia. Mi anterior objeto personal cuando llovía intensamente dejaba caer sobre mí, diferentes gotas de agua. Me siento más protegido, ante el fuerte viento también su solidez cuida de que no me moje.

    No buscaba el cambio, cómo en la vida, hay momentos que todo está bien y suceden cosas que no queremos ver o cambiar, nos resistimos cómo yo me he resistido hoy a cambiar mi paraguas. Lo que podía haber sido un enfado, si mi actitud no hubiese sido calmada, al final veo que tiene cambios positivos. Hoy empiezo una nueva historia con mi sombrilla. Hoy tengo que olvidar mi pasado y ver la suerte que tengo de poder empezar de cero.

    Nos aferramos a cosas por el hecho de que son nuestras, de que forman parte de nuestra monotonía, y nos resistimos a ver más allá de la rutina. Ante cualquier imprevisto, vamos a mantener la calma y ver qué es lo que nos sorprende de tal momento. Intento vivir atento, vivo aceptando los sucesos que día a día me sorprenden. Unos son buenos y otros de entrada no lo parecen tanto, pero todos tienen un aprendizaje. Si algo que llega a mí no me interesa, tomo mis decisiones para provocar el cambio o rechazarlo, siempre me quedará ser feliz con lo que hago y adaptarme sin perder la calma. He venido a vivir, e igual que no me llevaré mis objetos personales, tampoco quiero llevarme nada que alborote mi paz.