Busco una
explicación lógica para saber por qué a mis casi cincuenta años mi semblante es
de treintañero. Hoy estoy en el hospital con mi madre, y me vuelve a pasar, una
enfermera no se cree que tenga cuarenta y ocho años. La conversación deriva a
tener que mostrar mi DNI y la fecha de mi nacimiento. Mi madre, todavía convaleciente,
sonríe mientras Cristina acepta mi edad
a regañadientes.
Me quedo a solas con mi madre y
empieza a contarme:
-
Mira
cariño: Cuando naciste, llegó a mis oídos la historia de la fuente de la eterna
juventud. El manantial de la “Fuente de Ahuzki” está muy cerca de nuestra casa,
pertenece a la provincia de Zuberoa. Con apenas un mes y medio tu padre y yo
nos fuimos contigo a descubrir el surtidor de la eterna juventud. Fue una
experiencia muy especial, Era una tarde soleada, tuvimos que andar casi una
hora, pasamos de un sol radiante a una
lluvia moderada, tuvimos un vendaval que parecía pedirnos que no siguiésemos
con nuestro propósito. Yo recuperándome del parto, tu padre te cargo en su espalda
con una sábana que yo le cruce para dicho menester.
Una vez allí, nos miramos mientras mojamos tus
pies y manos en el agua fría que emanaba de la montaña de Bohokortia. Tú no
paraste de sonreír mientras el agua corría por tus pies y manos. Siguiendo las
instrucciones de la fábula llenamos 6 garrafas de agua (tú padre hizo tres
viajes posteriores mientras yo descansaba en el coche contigo), para luego
poder preparar los biberones con el agua que te daría la eterna juventud.
Me quedo tan sorprendido con la explicación que todo
mi cuerpo se estremece, sonrío a mi
madre y cogiéndonos mutuamente las manos mientras cierro los ojos le pido a la
vida traspasar mis veinte años de juventud a ella.
Me despierto junto a mi madre dormida, es de madrugada
y el silencio es total, la miro una y otra vez sorprendido al ver que mi deseo
se ha cumplido. Me dirijo al baño, me miro en el espejo, compruebo mis suposiciones
y sorprendido acepto que ahora ya soy un cincuentón en todos los sentidos. Paso la noche en el hospital prácticamente sin
dormir, pensando en la historia de la eterna juventud y mi petición a la vida.
A la mañana siguiente le dan el alta a mi madre, sus
signos vitales por los que la ingresaron están como los de una persona de 60
años. El azúcar estabilizado, la tensión que la tenía alta ha bajado sin
ninguna explicación. Mi madre sonríe, está feliz y yo no sé cómo explicarle que
se va con veinte años menos.
Reflexiono pensando que la vida nos da y nos quita lo que un día
hicimos con cariño. La muestra de amor
que mi madre me entregó, hoy, cuando ella necesita sanar, la vida le devuelve la eterna juventud. Es una de las historias
vascas más antigua y bonita que conozco y es en torno a la fuente Ahuzki,
tantas veces visitada en mi adolescencia sin saber la importancia que tiene en
mi vida.
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